miércoles, 12 de agosto de 2015

Corrida de Toros en Iscar

Una corrida de toros de Hermanos Cambronell era la que esperaba a Íscar en la primera de su Feria. Sobre el papel, tres toreros jovencísimos que venían a la localidad pinariega para reivindicar sus carreras: el gaditano David Galván, el manchego Emilio Huertas y el sevillano Javier Jiménez. Cartel de jóvenes que no se vió reflejado en taquilla, con media plaza aprox.

Con más carbón malo que bueno el carbonero de Cambronell que abría plaza. El gaditano David Galván le administró temple y quietud ante la bronca embestida con mejor comienzo que final. Desde el saludo capotero dejó claro que no venia a conocer Iscar, si no a conquistar su fuerte, que custodia la localidad desde el cerro. El mentón al pecho, el capote arrastrando por el albero y la suavidad en las muñecas, quitó por tafalleras y chicuelinas. Comenzó por la diestra, de dos pendulos que quitaron el aliento, la diestra trató de convencer al carbonero, llevandole primero y obligando seguido. Largos los naturales templados, aguantando los pitones por encima del palillo, y hondos los de pecho, remató otras veces con vistosas trincherillas, de gusto. Terminó paseando una oreja que bien pudieron ser dos tras pinchazo y estocada entera tras aviso de dudoso tiempo.

Sorteó David un manso cuarto que iba y venía, buscando la huida acrecentada por la querencia del encierro. Lo dejó vivo en el caballo tras lo que quitó por faroles. Brindó al maestro Espartaco antes de epilogar por estatuarios, clavados los pies al forjado, sin pestañear viendo pasar los pitones del castaño por el pecho. Le tapó todas las salidas, en un intento de sujetar al bicho, para irse a torear donde el animal quiso y ni así le ayudó. Le dio igual al toro que no veía más que la pañosa y un David ante Goliat que se fue a la misma puerta de toriles a plantarle batalla, dejó un estocadón hasta la bola para llevarse dos orejas al esportón.

Emilio Huertas, en segundo lugar, se topó con un manso que lo venía anunciando desde que pisó la arena. La media con el percal y las chicuelinas tras la vara en tercio equivocado -a un 1/4 de la puerta de toriles- dieron paso a la faena de muleta que arrancó en los medios y pronto se fue a la querencia de toriles. Allí, pegado a tablas literal, pasando el toro entre el olivo y la muleta, argumentó faena que no caló en el tendido. Media estocada y oreja.

Tenía la virtud de la clase el quinto. Humillaba en cada lance el manso que como sus hermanos acabó en la puerta de toriles. Larga faena de cercanías con detalles de mucho como las trincherillas, gusto que remató con manoletinas, un pinchazo antes de estocada le valieron las dos orejas.

De inmaculado blanco y oro vestía Javier Jiménez, que dejó en cuatro verónicas de regusto por el derecho su actitud. Quitó después por tafalleras, se fue al olivo a brindar a su espejo, el maestro de su tierra, Espartinas. Se quedó dormido en la muleta ya de inicio, preludio de la escasa casta y mansedumbre. Le puso Jimenez lo que le faltaba al toro. Muy baja, en exceso cayó la espada, lo cual no fue impedimento para otorgarle una oreja.

De hinojos comenzó Borja el recibo al sexto, y así fue como remataría más tarde ante un buen toro que acabó entregándose a las armas y el poderío del de Espartinas. Faena de altibajos por ambas manos, exprimiendo de inicio y abandonado al toreo mas populista al final de faena. La estocada en todo lo alto le valieron los máximos trofeos de ambiente festivo solicitados por la cuadrilla en una imagen deplorable y bastante habitual en cosos de menor categoria.

Cerró tarde el novillero local Darío Domínguez ante un eral de Vellosino al que recibió de hinojos en una muestra de arrebato, lo tenia claro y tenia que salir, salió la larga cambiada por la diestra. Comenzó por la diestra, el peor pitón del toro, andarin, sin romper a bueno, se fueron convenciendo ambos, para tomar la zocata y cuajarle al natural, y no son brindis al sol, pues bien sabe Dario que se entregó, dejó el alma en cada lance que cuajaba ante sus paisanos. que le esperaban y alentaban a partes iguales, una ovación a tiempo fue la clave para la mente. La espada que estaba entrenada y afinada la punteria se fue por el lomo al atracarse de toro, -peor hubiese sido que cayese donde apuntaba- mató a la segunda de estocada en todo lo alto, cortando dos orejas que saben a miel y gloria y saliendo a hombros junto a los matadores.

El ambiente festivo contagió a la presidencia que antes de romper el paseillo habia hablado con los actuantes, regaló trofeos y no exigió que los picadores actuasen en su lugar, algo que sorprendió y mucho.