Hasta el corazón del campo Charro, Ledesma nos desplazamos a desentumecer los músculos del invierno, preparar el cuerpo y sobretodo quitar esas ganas infinitas de enfrentarse al de los rizos, bueno, eso quienes dieron fiesta a las tres vacas, otros cámara en mano entrenamos la punteria y llenamos el alma de ese sentimiento que produce un embroque.
Tres fueron las vacas lidiadas, puras Jandilla, de motor incombustible, de gasolina, atemperar sus embestidas no fue tarea fácil, cosas de ser encastadas, no es fácil bajar esa velocidad de más.
La primera de pelo colorado tuvo eso, motor, incombustible, tanto que seguia pidiendo guerra a pesar de encontrarse al bode de colapsar sus pulmones, cosas de la raza...No fue fácil, habia que hacerla bien las cosas para que no buscara su querencia ni te arrollara en el embroque, una de esas vacas que hacen poner las neuronas a funcionar y hacen sacar lo mejor de uno.
La segunda, negra de pelo fue un bombón, de alta nota en la tienta, inició colandose por un pitón, algo que rápido corrigió y dejo a los 8 cortadores disfrutar de su calidad, algo tarda de salida, si ese es un defecto, habia que esperarla que ella iniciara el tranco, tan franco era que ni un tiralineas haria linea recta tan perfecta, apenas dos pasos y cuidando no adelantarse para embrocar, un goce para los sentidos, no se olvidaba la vaca que es brava y exigia en el embroque, ajustandose ella al cuerpo rozando las telas, de infarto los semaforos -o moviolas- de Llorente, avisado estaba uno, el gesto hacia pensar en la voltereta, cosas de artistas, tan cuerdos como locos, no quiso desaprovechar la calidad y sacar eso que llevan dentro y en contadas ocasiones uno realiza, -la primera vez que uno le ve hacerlo y son años viendo sobre el albero- los quiebros también formaron parte del repertorio, parte de la lidia, para borrar la memoria de la cornúpeta, se atrevieron con la pañosa para finalizar, exigencia máxima, pedia distancias, mando y no despistarse una milésima si no querias probar el sabor del asta rozandote, una ovación mas que merecida para llevar a la vaca al sosiego.
La tercera, colorada y avispada, tomó rápido la calle del medio, sin rodeos, pedía sus terrenos y de alli era casi imposible sacarla, ni en los varios intentos de engaño jugandose el tipo en las tablas, del tercio en sus primeras arrancadas, pocos fueron los embroques que permitió hasta decir aqui mando yo y no estoy por la labor de trotar hoy, echó el candado y hubo que poner fin.
La despedida es un hasta luego, hasta dentro de un tiempo en el que de nuevo las vacas tentadas destinadas a sacrificio volveran a ser lidiadas a cuerpo limpio.